ESTADO: TORMENTA A LA VISTA

Siempre pasa lo mismo.

Alguna vez hay que estallar. Si el cielo está un día gris, al día siguiente se ennegrece un poco y al otro y al otro... si llevas una semana viendo el cielo negro, no es de sorprender que al final caiga la lluvia. Una lluvia que no es traidora, pues lleva anunciando su caida durante toda una semana.

Y la lluvia siempre moja a las personas que están cerca, siempre moja a las que no se resguardan, a las que dejan su piel ser acariciada por el agua. Pero demasiado agua puede inundarlo todo. Puede que llegue un punto que ya nadie esté a salvo bajo esa lluvia que parecía finita y que traía un alo de frescor. Llega un momento en que ese agua renovadora se convierte en un gran tifón que arrasa todo a su paso. Y nadie puede estar a salvo de un tifón. 

Puedes intentar resguardarte, pero el tifón siempre va a encontrarte porque sabe demasiado bien cómo buscarte.

El problema de los límites es que puedes llegar a conocerlos demasiado bien, y al igual que está el dicho de que la curiosidad mató al gato, yo en cierto modo creo que las personas somos iguales. Nos gusta probar la flexibilidad de los límites, ver hasta donde podemos llegar. Y siempre queremos un poquito más, y cuando lo conseguimos queremos otro poquito más y otro poquito más. Siempre estamos forzando las situaciones, así lógico que un día el globo de agua estalle y nos llene a todos salpicándonos hasta donde creíamos que no llegaría.

Bueno, suerte que tras la tormenta siempre llega la calma y es cuando ves quién te ha dejado entrar en su casa a resguardarte y quién a decidido no dejarte entrar por miedo a que el tifón os lleve a los dos por delante. Si, las tormentas pueden durar minutos, días, pueden durar hasta meses si es necesario, pero bueno, que levante la mano quien diga que de pequeño no le gustaba meterse en los charcos y que levante la mano quien nunca se ha parado alguna vez debajo de la lluvia percatándose que ya estaba empapado y que era lo mismo correr que ir andando y por fin permitirse disfrutar de la lluvia fresca calándole hasta los huesos. ¿A quién no le gustaba ponerse con el paraguas debajo de un canalón para que le cayera el agua a borbotones y luego llegar a su casa y quitarse los zapatos y los calcetines que estaban más mojados que después de lavarlos y ponerse al calor del brasero, la chimenea o la calefacción?

Parece que se avecina tormenta, por si acaso preparar los paraguas...

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