SIN PALABRAS
Ni la música a todo volumen puede parar los pensamientos que se me agolpan día a día, minuto a minuto... No puedo parar de pensar en lo que haces, en lo que dices, en cómo me has mirado, en cómo me has acariciado...
Esos momentos vuelven a mi como si de una pared inquebrantable se tratase. No solo es que lo intuya, es que tus intenciones declaradas me abruman. Me llenan por dentro y por fuera.
Más pragmática, quizás, más tonta, seguro que también.
Y de repente la música se para y todo vuelve a la normalidad, aunque ya no es normalidad no pensar en ti, sino todo lo contrario. Ahora la normalidad es que esté mirando tu conservación a ver si por fin lo has leído y me has respondido. Es una lágrima cayendo por mi rostro. Es un intento vago de pensar en algo que no seas tu.
Dejarte leer eso, jamás. Pero quizás después de uno o dos mojitos, podamos hablar con sinceridad, con esa madurez de la que siempre he hecho alarde para mi misma.
Si esto no lleva a nada y lo sabemos, solo a ilusionarnos. Yo te escucho en silencio y lo que en verdad quiero es gritarte todo lo que pienso. Liberarme de todo pero, ¿Para qué? Al final todo será igual que ahora. Un silencio añorado.
Y todas las canciones me llevan a ti. A tus letras, a tus poemas, a tus tonterías y a tus risas.
Y me da tanto coraje el simple hecho de estar escribiendo esto, que me molesta y me ilusiona a la vez.
Cuanta conversaciones ensayadas quedaron en el espejo para siempre.
Tengo más en común contigo que con muchas personas de mi al rededor. No me entienden. No ven el brillo de ilusión en mis ojos que tu alientas.
Y me parece tan sub-realista que tu te fijes en mi, que a veces pienso que te estás riendo de mi.
No eres mi última opción, como yo la tuya.
Eso es lo que te decía el otro día, tienes que ser feliz, tu, con nombre y apellidos.
Y que no te apetezca nada irte a esquiar tres días... me hace pensar, digamos que por inercia de toda la conversación, que es por mi.
Cualquier excusa es buena para irnos de viaje, juntos, tu y yo.
-¿Sabes qué pasa? Que cuando estoy contigo me cuesta parar de hablar. -¡Espero que eso sea bueno y no porque te de cosa estar más de 10 segundos en silencio! -Estaría siglos si tu estás al lado, en El Cairo, por ejemplo.
Solo puedo quedarme mirándote, callada, escuchando, escondiendo una sonrisa de oreja a oreja y guardando lo que pienso para mi misma.
Esos momentos vuelven a mi como si de una pared inquebrantable se tratase. No solo es que lo intuya, es que tus intenciones declaradas me abruman. Me llenan por dentro y por fuera.
Más pragmática, quizás, más tonta, seguro que también.
Y de repente la música se para y todo vuelve a la normalidad, aunque ya no es normalidad no pensar en ti, sino todo lo contrario. Ahora la normalidad es que esté mirando tu conservación a ver si por fin lo has leído y me has respondido. Es una lágrima cayendo por mi rostro. Es un intento vago de pensar en algo que no seas tu.
Dejarte leer eso, jamás. Pero quizás después de uno o dos mojitos, podamos hablar con sinceridad, con esa madurez de la que siempre he hecho alarde para mi misma.
Si esto no lleva a nada y lo sabemos, solo a ilusionarnos. Yo te escucho en silencio y lo que en verdad quiero es gritarte todo lo que pienso. Liberarme de todo pero, ¿Para qué? Al final todo será igual que ahora. Un silencio añorado.
Y todas las canciones me llevan a ti. A tus letras, a tus poemas, a tus tonterías y a tus risas.
Y me da tanto coraje el simple hecho de estar escribiendo esto, que me molesta y me ilusiona a la vez.
Cuanta conversaciones ensayadas quedaron en el espejo para siempre.
Tengo más en común contigo que con muchas personas de mi al rededor. No me entienden. No ven el brillo de ilusión en mis ojos que tu alientas.
Y me parece tan sub-realista que tu te fijes en mi, que a veces pienso que te estás riendo de mi.
No eres mi última opción, como yo la tuya.
Eso es lo que te decía el otro día, tienes que ser feliz, tu, con nombre y apellidos.
Y que no te apetezca nada irte a esquiar tres días... me hace pensar, digamos que por inercia de toda la conversación, que es por mi.
Cualquier excusa es buena para irnos de viaje, juntos, tu y yo.
-¿Sabes qué pasa? Que cuando estoy contigo me cuesta parar de hablar. -¡Espero que eso sea bueno y no porque te de cosa estar más de 10 segundos en silencio! -Estaría siglos si tu estás al lado, en El Cairo, por ejemplo.
Solo puedo quedarme mirándote, callada, escuchando, escondiendo una sonrisa de oreja a oreja y guardando lo que pienso para mi misma.
Y es que mis juegos de doble sentido contigo se quedan en uno solo
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