SUPERVIVIENCIA

Delante del papel, y la pluma no se mueve.
Ya está vacía de escribir tantas y tantas cosas. Verdades, mentiras, sensaciones, emociones, llantos y tristezas. Solamente quiere que la dejen tranquila.

Cobijada en un rincón de su corazón, solo espera que le dejen sanar la herida sangrante que no se cierra.
No quiere saber nada del mundo. No quiere saber nada de él. Tampoco quiere saber nada de él.

Solamente sabe que los momentos de alegría cada vez son más efímeros. Aquella fe inquebrantable que no se le borraba ni en los peores momentos ya no aparece por ningún lado. Aquella fe ya no le llena. Ya no le hace creer por más de cuatro o cinco segundos seguidos. Ya no es capaz de abstraerse. La pena le carcome por dentro. El remordimiento le corrompe cada poro de su piel, cada poro de su felicidad. Quiebra cada frase y agrava sus comisuras.

El corazón está vacío de lagrimas. El cuerpo está vacío de alma. Como un autómata que anda guiado por unos hilos invisibles. Una mano, que apenas es ya capaz de sentir, le guía... o no.

Ya no es capaz de ilusionarse. No es capaz de pensar en alegrías ni risas. No es capaz de pensar en sorpresas ni en dar confianza. Ahora en lo único que es capaz de pensar es en proteger esa minucia que le ha quedado dentro del cuerpo. Ese halo, ese último suspiro.

Ya no es amor, ahora es supervivencia.  

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