DE UN LUNES A UN MARTES

Mi hermana es AUTISTA. Así, con sus siete letras. Así, sin pestañear ni respirar. Así, sin lágrimas en los ojos tras tantos años sin entender. Así, de un lunes para un martes.

Hace ya más de un año, casi dos, que todas nuestras dudas, llantos, incomprensiones y culpas tuvieron nombre.  No se cómo, ni se por qué.

Todos tenemos en la mente la imagen de un autista solitario, que apenas habla. En mi diccionario mental, el autista es un niño sentado en el suelo en la esquina de un cuarto abrazándose las piernas y balanceándose de delante hacia detrás. Y recalco la palabra niño porque mi hermana hace mucho que dejó esa palabra atrás. 

De pequeña siempre me culpaba porque no teníamos una relación "normal" de hermanas. Recuerdo un día que mi mejor amiga me dijo que era como si yo no tuviera hermana. Para mi fue como una puñalada en el corazón. Recuerdo que hasta me cortó la respiración oír esas palabras. Que yo lo sintiera, era una cosa, pero que otra persona te lo diga, en voz alta, es otra.

Supongo que la mente es inteligente y la mía, aunque siempre me haya resignado con mi mala memoria, se afana en hacer la ley del punto gordo durante años y años, pero también en traer a la mente otros momentos. Quizás esos fueron mis efímeros años de relación "normal", como le llama la gente. Recuerdo cuando éramos pequeñas y nos bañábamos juntas y jugábamos con el agua y los juguetes. Hasta recuerdo veces cuando nos reñían y éramos como una piña, las dos contra el mundo. Recuerdo lo bien que jugábamos al tenis y que nos conocían como las hermanas ***** . Pero esos recuerdos son tan escasos como valiosos. Y ahora, después de veinte años, tienen respuesta. 

Era tan fácil como una palabra. Tan fácil como un diagnóstico. Tan fácil como irse de tu país para que te puedan poner alivio a tu sufrimiento. Por que no, en ESPAÑA no hay profesionales competentes que en pleno siglo XXI te puedan decir lo que pasa. Porque ni los pediatras, ni los varios psicólogos a los que fue, ni los psiquiatras, ni los neurólogos, NADIE supo que mi hermana era autista. ¿Por qué? Tan fácil como un milagro.

Tengo tantos momentos dolorosos en mi mente que ni me puedo imaginar cómo se sentía ella. Recuerdo cuando no me dejaba acercarme mucho a ella, porque le comía su espacio vital. La recuerdo perfectamente a ella sentada en una silla delante del ordenador enseñándome algo y yo detrás, mirando lo que hacía. Ella me decía que no me acercara tanto, y yo más lo hacía para chinchar, como hacen las hermanas. Recuerdo cuando me decía que no la tocara y yo más le tocaba el brazo. Recuerdo cuando me regaló un oso de peluche que tenía un parche en el corazón y una tirita en la cabeza y cómo me dijo riéndose: "Mira, como tu, sin cabeza y sin corazón". Lo recuerdo como si fuera ayer. Recuerdo cuando se murió un chico con el que estaba saliendo. Yo, torpemente, llamé a su puerta y le pregunté que si estaba bien. Y de la misma forma que entré, salí. Recuerdo cuando le gritó a mi padre, antes de cerrar la puerta de su cuarto de un portazo, que ojalá yo nunca hubiera nacido.

Recuerdo tantas cosas que ahora tienen algo de sentido... Recuerdo cuando siempre se enfadaba comiendo y terminaba discutiendo y levantándose de la mesa. Recuerdo cuando se fue de casa y mi padre, orgulloso, habló con mi tía para que se quedara allí. Recuerdo cómo estaba todo el día en su cuarto. Recuerdo que siempre le dolía la cabeza. Recuerdo que siempre tenía migrañas. Recuerdo cuando fuimos la primera vez a Roma y nos quedamos sin ver El Coliseo porque le dolía la cabeza (y cómo me enfadé porque siempre pasaba lo mismo, siempre tenía migrañas y yo no creía que eso pudiera ser verdad). 

Me recuerdo en mi cuarto, llorando tumbada en la cama, porque no lo entendía. Con verdadero dolor en el pecho y en el corazón. Preguntándome qué le había hecho yo. Una y otra vez. Una y otra vez. 
Es curiosa la memoria, porque tengo consciencia de mi sufrimiento como una pena muy profunda instalada dentro de mi, pero también me veo desde fuera, tumbada en esa cama, acurrucada, con los ojos y la nariz rojas, con la mesita de noche llena de pañuelos. 

No me imagino lo que ha podido sufrir ella. No me imagino lo que han podido sufrir mis padres. 
Porque, nunca conoces a nadie del todo. Nunca sabes lo que llevan en su corazón, en su interior. Porque las personas somos como un iceberg, nunca sabes del todo lo que hay detrás de la piel. 

Y así, empezó a cicatrizar la herida

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