MILAGROS
Hay gente que se agarra a los milagros como último recurso. Cuando ya están desesperados. Cuando ya no hay salida. Porque alguien les ha contado, alguna vez han oído, o en algún momento han creído que los milagros podrían ocurrir. Porque necesitan creer en algo. Es su último resquicio de aliento.
Ella, sin saberlo, también se agarraba a un milagro. Pero lo que no sabía es que su milagro tenía otro nombre, otra cara. Lo que no sabía es que los milagros no duelen en las entrañas.
Cuando apareció, ni siquiera lo veía por el rabillo del ojo. Lo miraba de reojo, sin apenas ser consciente de que allí estaba.
Cuando estuvo preparada, o quizás sin estarlo, un día recogió una semilla de entre el alquitrán y la cuidó. Le dedicó los pocos granos de vida que le quedaban, sin pedir nada a cambio. Sin esperar nada a cambio.
Y un buen día, aquella incrédula, había creado su propio milagro.
Cierto lo que dices los milagros existen en nosotros mismos, y es verdad que cuando las cosas se ponen feas todos pedimos uno, a veces en forma de un halo celestial , otras en carne y hueso. Un abrazo.
ResponderEliminarSiempre necesitamos creer en algo. Saludos.
ResponderEliminarMuy bueno, me quedo por tu blog.
ResponderEliminarBesoooooos