EL RECUENTO

Supongo que esto es algo que se debería hacer más a menudo. Damos por hecho tantas cosas, que cuando somos conscientes de la fugacidad de lo que nos rodea, de lo que somos, de que el tiempo nunca vuelve, ... es entonces cuando nos sorprendemos. Es entonces cuando recapitulamos, echamos la vista atrás y hacemos EL RECUENTO. 

Sopesamos, ponemos en una balanza lo que nos ha pasado bueno, lo que nos ha pasado malo, y al final muy probablemente hagamos una valoración. Daremos un veredicto: este año ha sido un buen año o este año ha sido un mal año, y estaremos muy contentos de que por fin termine, deseando que el año venidero sea mejor, se cumplan todos nuestros deseos o, simplemente que Dios, el cosmos, el karma o en lo que cada uno crea nos ayude a ir por un mejor camino que acabe en nuestra felicidad y en la de quienes nos rodean. 

Pues bien, mi veredicto para este año es un poco distinto. Mi veredicto no es malo ni bueno, mi veredicto es INTENSO. 

Mi veredicto es GRACIAS. Por lo bueno, pero sobre todo por lo malo. 

El 2021 no ha sido un mal año, a pesar de haber recibido golpes, quizás no tan duros como otras personas, pero que desde luego jamás me esperaría haber vivido. En la vida. 

Han traicionado mi confianza como jamás pensé lo harían, y sin embargo ni siquiera me merece la pena dedicarle más tiempo. 

Por si fuera poco, tambien me vi envuelta en una relación tóxica a la que me agarraba como si me fuera la vida en ello. Y en verdad, se me iba.

Y, de repente, dos pilares se me desmoroban. 

El final del 2020 se acercaba y jamás me podría imaginar cómo transcurriría lo que se avecinaba.

Este año ha sido un año de reinventarme (a marchas forzadas, al principio). De hundirme. De caer más bajo todavía. De pisotearme a mi misma. Y, de repente, gracias a la ayuda de la que estoy tan orgullosa haber pedido, de abrir los ojos, levantar la mirada y verme. 

Y hacerme ver. 

Ha sido un año de encontrarme perdida. Y reencontrarme a mi misma. Ha sido un año de aprender a quererme. 

Y, lo que más me ha costado, PERDONARME. 

Un año de autosuficiencia, de darme cuenta que no necesito a nadie más que a mi, que si me rodeo de personas es porque merecen la pena, porque me hacen feliz, pero no porque las necesite. 

No necesito a nadie, y sin embargo, elijo a algunos ángeles, algunos destellos de luz para que me acompañen. Y quizás, con un poquito o un muchito de suerte, devolverles una pizca de todo lo que me han dado.

Parece cliché lo de: quiérete a ti misma, porque entonces llegará la persona que también te quiera y te valore igual que lo haces tú. Pues bien, es cierto. Nosotros decidimos lo que mostramos. Nosotros decidimos lo que somos. Solamente tenemos que tenerlo claro para que el resto de la humanidad lo vea. 

Y lo ven. 

Este año he sido VALIENTE, dejando un trabajo que me encantaba por elegir la paz mental. He llorado ríos de lágrimas por cambiar de camino, sabiendo que por donde iba solo conseguía mi autodestrucción. A veces feliz, pero siempre destructivo camino.

He llorado, me he entristecido, he rabiado y gritado de dolor. Ahora me doy cuenta que quizás era yo misma resistiéndome a los finales. Enfrentándome a la incógnita.

Un año para ACEPTAR la vida, y todo lo que va marcando tu camino.

Cerrando etapas que sabía no tenían vuelta para comenzar una etapa que no sabía como avanzaría, sin saber lo que me deparará. Ahora voy con paso firme. Quizás no sepa sobre qué superficie pisaré dentro de unos meses, pero siempre será con paso firme. 

¡Ah! Y se me olvidaba. Descubrí que Cádiz también me puede gustar a mi, pero que mi mar ahora son sus ojazos azules.