OJOS MARINADOS

Podía ver esos ojos brillando con la espuma del mar bajo el techo de hormigón, ese atardecer reflejándose en sus pupilas negras como el fondo oceánico y ese arrebol más vívido que nunca, podía sentir los colores, podía oler ese atardecer grabado en su retina para toda la eternidad. 


Podía volar con las pestañas y, sin embargo, allí estaba, sentada sobre esa silla acolchada, con el acogedor calor de la estufa en esa fría tarde muy alejada del mar. Allí estaba, donde la vida le había llevado.



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