MIRADAS

Nunca le gustaron las miradas. Cada vez las evitaba más y hasta le enfadaba verse reflejada en los ojos ajenos. 

Aquel día, cuando le pidieron que se quitara la mascarilla y le enseñara la cara, no pudo aguantar el contacto más de dos segundos y, mirando al suelo avergonzada, lo sacaron a relucir. Si, hasta un "no tan desconocido desde entonces" se dio cuenta de cómo rehuía las miradas. Quizás era porque no le gustaba entrar en los pensamientos ajenos, y dicen que los ojos son el reflejo del alma. Quizás porque es tan celosa de su mundo que le cuesta dejar a alguien entrar, o eso cree.

Y ayer, de vuelta a su casa, se dio cuenta. Siempre había querido mimetizarse con ese gris manido. Con ese gris contaminado por los coches. Pero, ¿Por qué? ¿A quién le gusta ese color siendo un azul cielo o amarillo intenso? ¿A quién le gusta ese color siendo blanco nube o verde hierba, o hasta el multicolor petricor? ¿A quién le gusta ese color teniendo el rojo fuego en sus ojos y rojo pasión en sus labios?

Y esa noche se puso sus botines de tacón, su sombrero burdeos, y salió a la calle con la cabeza bien alta. Dispuesta a oír ese "no me acordaba de lo alta que eres", ese "si no quieres que te digan pija no te pongas ese sombrero". Dispuesta a soltarse su melena rizada y a volver a pintarse los labios de rojo como siempre llevó en vidas anteriores.

Dispuesta a ver esos ojos ajenos anclados a ella y sostenerlos con su mirada.